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  • Foto del escritorArmando Roig

UNA SALIDA LIMPIA.

Cerca de las seis, el inspector Sampese guardó el expediente, tapó la pizarra de indicios y cerró su despacho con llave. Gunnar Sorenssen, el embajador noruego, había sido hallado asesinado de un disparo, al final de la obra Carmina Burana. Su teoría del silbido del silenciador, oculto por el primer golpe de timbal, confirmaría también la hora exacta del crimen; e invitar a Silvya, la melómana hermana de su esposa, para ir juntos al Teatro de la Opera, esa noche, era la excusa perfecta para comprobarlo.

Con ese propósito, después de haber acompañado a su cuñada a la butaca, se puso al lado de una columna, decidido a escuchar con toda atención. Procuró no distraerse, no estropear la impresión de la obra mirando los movimientos del director de orquesta, solemne con su melena blanca, que siempre roba la atención en los conciertos. Tampoco quería mirar a las mujeres, tocadas con sombreros, cuyas cintas, especialmente destinadas a tales fiestas, ocultaban delicadamente sus lindas orejas, ni a todas aquellas fisonomías no preocupadas por nada o sólo por las cuestiones más diversas fuera de la música. Quiso sobre todo evitar a los aficionados, grandes habladores casi todos, y con los ojos fijos en el espacio, se puso a escuchar.

Los peritos habían hallado el arma en un palco privado. El rifle, con mira infrarroja y silenciador, estaba montado sobre un trípode y todo encajaba perfectamente dentro de un falso estuche de música. No había huellas y la cola del disparador estaba conectada, por una cuerda de acero, a un mecanismo con sensor de sonido, regulado para tensarse al llegar a los 135 decibeles; frecuencia a la que, según un experto, solo llegan los timbales.

Eso es lo que aguardaba en la oscuridad mas completa, con su cronógrafo y el mecanismo asesino en las manos. Y ocurrió durante el aria, a poco de comenzada la obra, por lo que guardó ambos artefactos en sus bolsillos y se dirigió a su butaca a meditar los hechos hasta que terminara. Una hora mas tarde, Sampese estaba tan cerca de resolver el caso, como de entender de opera.

Llevó a casa a su cuñada, y fue a un barcito a digerir el enigma, con tal dolor de cabeza, que al ingresar, tropezó con un muchacho que iba saliendo. Se instaló en la mesa de un rincón, junto a una ventana, para ver pasar la gente. Cuando llegó el café, comenzó saborearlo con el mismo placer que contemplaba a su ciudad. Buscando unas monedas a la hora de pagar, halló un papel doblado.

"Inspector Sampese:

Si quiere capturar al asesino del embajador de Noruega, vaya solo a

Cabildo 73, 2° C."

˗˗ ¡Ahora caigo...! Me estoy poniendo viejo.- Pensó, ni bien entendió quién le había dejado la nota.

La puerta del departamento estaba entornada. Sampese sacó su arma, quitándole el seguro bajo el saco, para amortiguarlo. Tan solo un sobre de estraza lo aguardaba sobre la pequeña mesa del living. Su apellido, trazado en marcador grueso, lo confirmaba.

˗˗Inspector- arrancaba la nota- Lamento no haber podido esperarlo. Pero de haberme entregado, mi condena sería un daño menor al que le harían a la familia de Gunnar, al enterarlos que él era pareja del percusionista de timbal que lo mató, en cumplimiento a su última voluntad de enfermo terminal. Ahora, debo desaparecer. Yo, ya hice mi parte; se que ud. sabrá hacer la suya. A menos que considere, que cerrar un caso resuelto por el asesino de la victima, sea mejor que una salida limpia.

Su instinto de años no lo defraudó, llevándolo hasta el umbral del baño.Era el muchacho del café.

˗˗¡Al menos- pensó Sampese- tuvo la delicadeza de volarse los sesos dentro de la bañera...!

El percusionista había pensado en todo. Una bolsa de 25 kilos de escamas de Hidróxido de Potasio, guantes gruesos de goma, delantal de cuero, gafas de protección, mascarilla con filtro de aire y un pequeño manual de instrucciones para convertir un cadáver en 100 litros de jabón liquido.

Tres horas mas tarde, el "cuerpo del delito", no era mas que una espesa masa escurriéndose por el drenaje. Limpió a fondo las manchas de sangre de los azulejos. Metió todo lo que había usado, dentro de una bolsa de consorcio, junto con las prendas que vistiera la victima, el arma e incluso, el proyectil "que hallará en el fondo de la bañera", según indicaban las instrucciones. "Y no olvide deshacerse de esta nota y repasar el picaporte antes de irse", terminaba diciéndole.

Al salir del edificio, arrojó la bolsa en el volquete mas cercano y, antes de marcharse, sonrió aliviado...

˗˗"Una salida limpia"...-pensó- Hubiera sido buen "cana"...¡Y encima era gracioso el hijo de puta...!

FIN


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