Nos habÃamos instalado en Qadesh, un pequeño pueblo de Siria, 160 kms. a las afueras de Damasco, en una propiedad cedida por la embajada; tan confortable como su ausencia de servicios públicos lo permitÃa. La esposa de un arqueólogo, debe seguirlo a donde sea.
Una lata de crema de espárragos, sobre un improvisado fogón en la chimenea, nos quitó el frÃo del desierto; y tras la cena, disfrutábamos de un vino, cuando oÃmos un siseo bajo la puerta, que obligó a mi esposo a levantarse intrigado de la mesa, para recoger un pliego algo translúcido y plagado de trazos de una extraña escritura.
Recibió el papel con enojo, y estaba a punto de estrujarlo y arrojarlo al fuego cuando una ojeada casual al dibujo pareció fijar de repente su atención. En un instante, su rostro enrojeció violentamente, y un momento después palideció por completo. Durante algunos minutos examinó
el diseño con minuciosidad en el mismo sitio donde se encontraba sentado. Al cabo se levantó, cogió una bujÃa de la mesa y fue a sentarse sobre un arca en el rincón más alejado de la habitación. Allà hizo de nuevo un ansioso escrutinio del papel moviéndolo en todas direcciones. No decÃa una palabra, sin embargo, y su conducta me llenaba de estupor; pero juzgué prudente no exacerbar con comentario alguno la creciente extravagancia de sus gestos.
Al dÃa siguiente, finalizado el almuerzo, mi esposo sacó su pipa, y tras palparse el saco, en busca de su bolsa de tabaco, tan solo halló la tarjeta de un comerciante en Damasco.
La campanilla de la puerta y un denso aroma a mezclas finas nos dieron la bienvenida a la tabaquerÃa de Achmed, que con su mirada impasible, parecÃa estar aguardándonos. El comerciante le entregó un paquete de tabaco y luego de esfumarse tras de una cortina, volvió con un pequeño bulto envuelto en piel. Fue extraño que se negara a recibir dinero, pero pensamos que solo era un truco de marketing.
Vueltos a Qadesh, el extraño obsequio resultó ser un raro trozo de piedra negra con grabados como los de aquel pliego, junto a una nota del grupo terrorista Jabhat al-Nusra. Por traducir el friso del portal sagrado, le ofrecÃan parte del tesoro que resguardaba. Y no lo pudo rechazar.
Se lo llevaban encapuchado cada noche, y al alba, volvÃa con un enorme pliego de papel vegetal, lleno de inscripciones calcadas, que pegaba con cinta engomada, a la pared, como pieza de puzzle. Para la cuarta semana, mi esposo ya sabÃa que no era oro lo que buscaban, si no dioses oscuros del inframundo, que pretendÃan liberar para que los ayudaran a derrotar al enemigo. Y decidimos fugarnos, por separado.
Tras llegar a duras penas a la embajada, me enteré que las colinas al S.E. de Qadesh, habÃan sido atacadas con drones, por orden de la C.I.A. El informe clasificado, me llegó de manera extraoficial, a condición de acordar mi silencio.
Decenas de cuerpos mutilados, pero ninguno con ropas occidentales. En cambio, pude reconocer el portal, por sus extraños grabados. En medio tenÃa un gran hoyo fundido, salpicado de marcas circulares, como si un monstruoso ser con tentáculos de lava ardiente hubiera intentado abrirse paso desde el otro lado del muro. Luego me dieron una caja. Por el anillo, pude reconocer las manos disecadas de mi esposo; y por un lunar, lo que debió haber sido su cabeza, con el rostro deprimido bajo la marca inconfundible de una enorme ventosa.
Desde la ventanilla del avión, vi el rostro de Achmed; con su fez ladeado y su mano apoyada contra los cristales del aeropuerto, como lamentandose por lo ocurrido o, tal vez, advirtiéndome que tarde o temprano, eso vendrÃa por mi.
FIN