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LA PIEDRA DEL PORTAL.

Actualizado: 5 feb 2020

Nos habíamos instalado en Qadesh, un pequeño pueblo de Siria, 160 kms. a las afueras de Damasco, en una propiedad cedida por la embajada; tan confortable como su ausencia de servicios públicos lo permitía. La esposa de un arqueólogo, debe seguirlo a donde sea.

Una lata de crema de espárragos, sobre un improvisado fogón en la chimenea, nos quitó el frío del desierto; y tras la cena, disfrutábamos de un vino, cuando oímos un siseo bajo la puerta, que obligó a mi esposo a levantarse intrigado de la mesa, para recoger un pliego algo translúcido y plagado de trazos de una extraña escritura.

Recibió el papel con enojo, y estaba a punto de estrujarlo y arrojarlo al fuego cuando una ojeada casual al dibujo pareció fijar de repente su atención. En un instante, su rostro enrojeció violentamente, y un momento después palideció por completo. Durante algunos minutos examinó

el diseño con minuciosidad en el mismo sitio donde se encontraba sentado. Al cabo se levantó, cogió una bujía de la mesa y fue a sentarse sobre un arca en el rincón más alejado de la habitación. Allí hizo de nuevo un ansioso escrutinio del papel moviéndolo en todas direcciones. No decía una palabra, sin embargo, y su conducta me llenaba de estupor; pero juzgué prudente no exacerbar con comentario alguno la creciente extravagancia de sus gestos.

Al día siguiente, finalizado el almuerzo, mi esposo sacó su pipa, y tras palparse el saco, en busca de su bolsa de tabaco, tan solo halló la tarjeta de un comerciante en Damasco.

La campanilla de la puerta y un denso aroma a mezclas finas nos dieron la bienvenida a la tabaquería de Achmed, que con su mirada impasible, parecía estar aguardándonos. El comerciante le entregó un paquete de tabaco y luego de esfumarse tras de una cortina, volvió con un pequeño bulto envuelto en piel. Fue extraño que se negara a recibir dinero, pero pensamos que solo era un truco de marketing.

Vueltos a Qadesh, el extraño obsequio resultó ser un raro trozo de piedra negra con grabados como los de aquel pliego, junto a una nota del grupo terrorista Jabhat al-Nusra. Por traducir el friso del portal sagrado, le ofrecían parte del tesoro que resguardaba. Y no lo pudo rechazar.

Se lo llevaban encapuchado cada noche, y al alba, volvía con un enorme pliego de papel vegetal, lleno de inscripciones calcadas, que pegaba con cinta engomada, a la pared, como pieza de puzzle. Para la cuarta semana, mi esposo ya sabía que no era oro lo que buscaban, si no dioses oscuros del inframundo, que pretendían liberar para que los ayudaran a derrotar al enemigo. Y decidimos fugarnos, por separado.

Tras llegar a duras penas a la embajada, me enteré que las colinas al S.E. de Qadesh, habían sido atacadas con drones, por orden de la C.I.A. El informe clasificado, me llegó de manera extraoficial, a condición de acordar mi silencio.

Decenas de cuerpos mutilados, pero ninguno con ropas occidentales. En cambio, pude reconocer el portal, por sus extraños grabados. En medio tenía un gran hoyo fundido, salpicado de marcas circulares, como si un monstruoso ser con tentáculos de lava ardiente hubiera intentado abrirse paso desde el otro lado del muro. Luego me dieron una caja. Por el anillo, pude reconocer las manos disecadas de mi esposo; y por un lunar, lo que debió haber sido su cabeza, con el rostro deprimido bajo la marca inconfundible de una enorme ventosa.

Desde la ventanilla del avión, vi el rostro de Achmed; con su fez ladeado y su mano apoyada contra los cristales del aeropuerto, como lamentandose por lo ocurrido o, tal vez, advirtiéndome que tarde o temprano, eso vendría por mi.

FIN


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